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domingo, 3 de noviembre de 2019

Música y Alcoholes: Toda una Tradición mexicana

Un lugar lleno de familias y amigos en donde el folklore mexicano es el protagonista del lugar.
A la entrada, en grandes letras negras pintadas en la pared se leía "La Coyoacana" y justo debajo, una viga de madera tallada con el letrero común de las cantinas: "prohibida la entrada a uniformados y menores de edad". 
“La Coyoacana” es una cantina que abrió sus puertas inicialmente con el nombre de “La Guadalupana”, sin embargo, actualmente comparte el nombre del lugar en el que se encuentra, y sigue preservando la misma alegría y festividad de siempre.
Dos puertas de madera que remontan a una cantina tradicional mexicana dividían el folklore, la comida y el alcohol de entre las personas que nos encontrábamos afuera paradas del otro lado de la acera, cubriéndonos del sol propio de las cuatro de la tarde. A pesar de la molestia causada por el calor, todos nos encontrábamos atentos a la voz de la mujer que se encontraba a la entrada de la cantina cantando los nombres. 
Cada cierto tiempo, las puertas se abrían, dejando pasar a grupos de amigos y familias. De vez en cuando, se asomaba uno que otro uniforme de mariachi, y entre salida y salida, dejaban entrever una pantalla transmitiendo un partido de fútbol americano y una repisa llena de botellas de distintos licores. 
Mientras esperaba, podía percibir una mezcla de música de mariachis interpretando a Javier Solis desde dentro de la cantina y el típico organillero proveniente de la plaza de Coyoacán. 
Mientras las personas esperaban, sus charlas comenzaban a tomar forma aunque parecían querer guardar lo mejor de la plática para cuando su mesa los tuviera esperando con un plato de comida y una copa enfrente. 
Una vez cantado mi nombre y sentada en una alta silla de madera, pude notar que en realidad eran dos grupos de mariachis los que tocaban dentro de la cantina, en una batalla de cuerdas y cantos, en donde el victorioso se hacía notar por tener la mesa más animada. 
Eventualmente, las personas decidieron homenajear al príncipe de la canción, pidiendo multiplies canciones de José José a los mariachis y cantando a todo pulmón. 
Los meseros recorrían el lugar con charolas que iban llenas de platillos típicos o bien, de múltiples botellas con  licores internacionales. 
Como era de esperarse, las personas se encontraban felices, pues qué mejor que un domingo en la tarde, con cervezas, amigos, música y todo el folklore mexicano. 
El lugar era una mezcla de cantina y restaurante, construido a base de tabiques y cemento que sugieren una vieja casona que estuvo deshabitada por muchos años. 
Como buen lugar tradicional mexicano, ya se encontraba adornado de flores de cempasúchil, papel picado de colores metálicos, y una repisa con algunas catrinas representando una fiesta con mariachi, que parecían estar casi tan divertidas como las personas en sus mesas. 
Los mariachis nunca pararon, y mientras caminaba hacia la salida, noté un mural con el viejo Coyoacán retratado, parecía  que también era domingo cuando lo pintaron, y los colores utilizados le daban el último toque de antaño. 

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