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domingo, 3 de noviembre de 2019

Coyoacán, la tierra de los coyotes extintos


 

Quizá lo más curioso de toda esta “tierra de coyotes”, es la falta de estos, que con el paso de los años se han quedado extintos. Uno bien podría recorrer todos sus callejones adoquinados con la esperanza de encontrar aunque fuera uno de estos, pero la realidad es que los ladrillos y el cemento se aseguraron de ahuyentarlos en su totalidad.
¿Qué tanto renombre puede tener un espacio que adquiere su nombre de lo que hoy en 2019 no es más que un recuerdo y quizás una mentira? Tal vez es que los coyotes de Coyoacán nunca se refirieron al animal, sino a su historia. 

El coyote es una figura que se retoma comúnmente en la mitología de América del norte como un personaje único, frecuentemente representando el papel de un estafador, un embustero que pondera el mal como ley de vida; de manera evidente uno nunca desearía vivir en un lugar rodeado de este sentimiento, pero es que quizás Coyoacán y sus coyotes no son más que un recordatorio de lo que no hay que ser en esta vida. Tal vez su fuente de coyotes petrificados es el símbolo para todos aquellos que ahí radican, el símbolo de nunca perder ese característico toque cálido y seguro a cada interacción humana; esa necesidad de mantener petrificado el sentimiento de dañar al otro.

Sustento mi afirmación en toda interacción que suceda en los alrededores de su kiosko y en la periferia; se puede respirar un aire que mancha los pulmones de un pasado histórico, un olor sereno y revitalizante que solo se ve interrumpido por el característico olor de la comida de Coyoacán. La gran cantidad de comida callejera me regaló la posibilidad de idear un menú imaginario que me debatía de manera interna para decidir entre un helado, un churro, un elote, sopes, quesadillas y un sinfín más de posibilidades gastronómicas para mi paladar que no superaban los 20$
Sus espacios abiertos rodeados de la circulación continua de automóviles son un recordatorio visual de lo especial que es venir a un espacio como este, escapar de los relojes acelerados que se viven en el resto de la ciudad de México. Aquí me sentí tranquilo y atemporal mientras paseaba en las explanadas del parque bicentenario, donde intentaba descubrir si la batalla de versos era un espectáculo sorprendente, intimidante o vergonzoso; supongo que dependerá de quien lo escuche y quien lo recite.
El espectáculo era lo suficientemente entretenido como para haberme quedado ahí por mucho más tiempo, pero se vio Interrumpido al atardecer por el clásico espectáculo que ofrecen quienes se disponen a amarrarse bien fuerte a la cultura prehispánica y bailar con atuendos tradicionales que se pintan con plumas y una extensa ornamentación; hay quienes se atreven a unirse a la ceremonia, pero personalmente mi hambre era mucho más grande que mi curiosidad.
En busca de alimento avancé hasta lo que resulto ser un espacio escondido tras unas rejas negras con coyotes en lo alto; me tope de frente al Mercado de Artesanías. En fines de semana es un lugar bullicioso; por la simpleza de su encanto y su posibilidad de sorprendimiento puede desarrollar mi capacidad de asombro ante lo simple, y me deje llevar por los espacios entintados visualmente por los colores de las artesanías. Dispuesto a llevarme aunque fuera una pequeña parte del mural material que conforman tantos collares y pulseras, le pedí a la señora Guadalupe que escogiera uno para mí; debió haber escogido ese cuarzo negro por que combinada con mi vestimenta.
Contrario al mercado de artesanías donde obtuve mi nuevo accesorio, el mercado de comida me ofreció un espectáculo que iba más allá de solo alimentarme, si no poner a prueba a Don Fernando, que está dispuesto a recibir el reto de crear a cualquiera que sea el personaje que deseas que retrate en sus famosos hot cakes; personalmente no me gusta tanto la comida dulce, pero la experiencia hacía indispensable el pedir uno de estos

Coyoacán se posiciona como un espacio digno de ser descubierto en cualquier época del año, pero personalmente el haberlo visito próximo a las fechas de día de muertos me pareció totalmente un acierto. El Mercado del Carmen se transforma en una pasarela de disfraces que complacen desde los más pequeños a los más grandes, cientos de personas buscando el disfraz perfecto para las fiestas que se avecinan en estas fechas; y para mí que rescato más bien la tradición del día del muertos, fue sencillo encontrar los puesto de flores por el característico olor a zempasúchil.
El corazón de todo Coyoacán grita que por sus venas bombea arte, yendo desde aquellos que comparten su trabajo por las calles y que no buscan más que contarte un poema o venderte un par de aretes o un separador de libros.; todo esto desde una parte honesta y amable en la que están dispuestos a dialogar contigo y responder cualquier duda sin importar si compraras sus productos o no. Personalmente disfruté muchísimo escuchar el poema de Alfredo, no es la primera vez que lo escucho recitar esos versos pero podría jurar que cada vez que escucho ese poema, se me eriza la piel.

La inmensa cantidad de árboles muestra una realidad donde el sol pareciera estar casi tan extinto como los coyotes, las banquetas se pintan con la sombra abstracta de la gran cantidad de árboles que hay en la zona, y pude disfrutar de un paseo tranquilo sin el latente miedo de recibir quemaduras por el sol. En mi caminata sin rumbo me encontré con un espacio que nunca antes había descubierto; muy a fondo del Museo Nacional de Culturas Populares Coyoacán, pasando el famoso árbol de la vida, existe un impresionante mural del reconocido artista Saner, un muralista mexicano que ha adquirido renombre a nivel internacional en los últimos años por sus piezas que desbordan color y relatan historias únicas. Las máscaras son esenciales en el arte de Saner o, y como era de esperarse, en esta pieza las mascaras simulan el rostro de unos coyotes.

Salí de ahí maravillado ante la idea de lo mucho que aún me falta por descubrir en una colonia tan basta como esta, y camine de frente hasta la famosa fuente de los coyotes. Confieso que sí creo que Coyoacán se llama así por que alguna vez fue el paraíso natural de los coyotes, pero aun así no creo que mi hipótesis inicial difiera tanto del significado. Ya cuando la obscuridad se apoderó de las calles y la luz de los faros fue lo único que iluminó el regreso a mi auto, camine tranquilo, escuchando a los músicos callejeros y sintiendo que estaba en una especie de santuario, me sentí seguro por las personas que ahí habitan; quizá después de todo aquí si viven con la idea de alejar el mal como una ley de vida.

- Kevin Téllez



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